
La mayoría de las vacunas contra el coronavirus que se están implementando en todo el mundo son para adultos, que tienen un mayor riesgo de contraer la enfermedad. La de Pfizer-BioNTech está autorizada para mayores de 16 años. Pero inmunizar a los niños de todas las edades será crucial para frenar la pandemia y ayudar a las escuelas, al menos en los cursos más altos, a recuperar cierta normalidad luego de meses de alteraciones.
En un estudio realizado en Estados Unidos con 2.260 voluntarios de entre 12 y 15 años, los datos preliminares muestran que entre los adolescentes que recibieron las dos dosis de la vacuna no hubo positivos por COVID-19, frente a los 18 casos registrados entre los que recibieron el placebo, reportó la farmacéutica.
Es un estudio pequeño, que todavía no se ha publicado, por lo que otra evidencia importante es ver cómo las vacunas aceleraron el sistema inmunológico de los niños. Los investigadores reportaron altos niveles de anticuerpos para combatir el virus, algo más altos que los vistos en las pruebas con adultos jóvenes.
Los efectos secundarios son similares entre los dos grupos de edad, dijo la farmacéutica. Los principales son dolor, fiebre, escalofríos y cansancio, especialmente tras recibir la segunda dosis. El estudio continuará monitoreando a los participantes durante dos años para obtener más información sobre su protección y seguridad en el largo plazo.

Las inmersiones forman parte de una investigación en marcha que trata de determinar el motivo por el que encalló el Ever Given, ahora fondeado en el Gran Lago Amargo, una amplia franja de agua a medio camino entre los extremos norte y sur del canal.
Los equipos de salvamento lograron liberar la embarcación el lunes por la tarde. El enorme mercante se atascó de costado en un tramo estrecho del canal, sacudiendo a la industria naviera global al paralizar el comercio marítimo, que mueve miles de millones de dólares al día, durante casi una semana.
Dos altos funcionarios del canal, que hablaron bajo condición de anonimato porque no estaban autorizados a informar a reporteros, dijeron que se hallaron daños de “ligeros a medios” en la bulbosa proa del mercante.
Uno de los funcionarios, que es piloto del canal, dijo que los expertos estaban estudiando el alcance exacto de los daños, pero apuntó que es poco probable que impidan que el barco, que tiene bandera panameña y es propiedad de una firma japonesa, pueda seguir su ruta.

Es entonces cuando grupos de jóvenes y políglotas juerguistas de Italia, Holanda, Alemania y, sobre todo, Francia, se unen a los jóvenes españoles por las estrechas calles de la zona antigua de Madrid buscando una diversión ilícita. La mayoría tienen poco más de 20 años y están ansiosos por disfrutar en la capital española como hace meses que no pueden en sus ciudades por las restricciones contra la pandemia.
Con su política de bares y restaurantes abiertos — que atienden tanto en su interior como en la terraza — y de mantener los teatros y museos abiertos a pesar de los brotes de coronavirus que han saturado sus hospitales, Madrid se ha ganado la reputación de oasis de diversión en el desierto de restricciones de Europa.
Otras regiones españolas tienen un enfoque más estricto hacia el ocio. Hasta los soleados balnearios turísticos costeros ofrecen un limitado catálogo de opciones para los pocos visitantes que comienzan a llegar, coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa, ante las contradictorias normas europeas para viajar.
“Para mí es un verdadero privilegio ir a bares porque en Francia no se puede. Aquí puedo ir a restaurantes, pasar tiempo con amigos fuera de casa, descubrir la ciudad”, dijo Romy Karel. Esta berlinesa de 20 años voló a Madrid el pasado jueves desde Burdeos, una ciudad del sur de Francia donde estudia ciencias sociales.

En un comentario publicado el martes, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, y líderes como el primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson; su homólogo italiano, Mario Draghi, y el presidente de Ruanda, Paul Kagame, pidieron “un renovado compromiso colectivo” para reforzar los sistemas mundiales de preparación y respuesta ante una pandemia, que estarían integrados en la constitución de la agencia de salud de Naciones Unidas.
“Estamos convencidos de que es nuestra responsabilidad, como líderes de naciones e instituciones internacionales, asegurar que el mundo aprenda las lecciones de la pandemia del COVID-19”, señalaron. Aunque pidieron “solidaridad” y un mayor “compromiso social” no hubo indicios de que algún país cambiará pronto su enfoque en su respuesta a la pandemia.
La semana pasada, Tedros pidió a las naciones ricas que donasen inmediatamente 10 millones de dosis de vacunas contra el coronavirus para que todos los países puedan iniciar sus campañas de inmunización en los 100 primeros días del año. Ningún país ha ofrecido públicamente aún parte de sus vacunas. De las más de 459 millones de dosis administradas en todo el mundo, la mayoría se pusieron en apenas 10 naciones, y el 28% en solo uno.

México hace pocas pruebas diagnósticas, y como los hospitales estaban sobrepasados, muchos mexicanos murieron en casa sin hacerse la prueba. La única forma de tener una imagen clara es revisar el exceso de mortalidad y los certificados de defunción.
El gobierno publicó discretamente los datos en un reporte el sábado, que asoció 294.287 muertes al COVID-19 entre el inicio de la pandemia y el 14 de febrero. Desde el 15 de febrero se han producido otras 26.772 muertes confirmadas con pruebas diagnósticas.
La nueva cifra estaría a la altura de Brasil, que ahora es el segundo país con más fallecidos por detrás de Estados Unidos. Pero la población de México, 126 millones de personas, es mucho menor que la de esos dos países.
El nuevo reporte también confirma lo letal que fue la segunda ola de contagios que sufrió México en enero. A finales de diciembre, las estimaciones de exceso de mortalidad eran de unas 220.000 muertes relacionadas con el COVID-19 en México. Ese número creció en unas 75.000 personas en apenas mes y medio.
También era llamativo el volumen del exceso de mortalidad total desde el inicio de la pandemia, unas 417.000. El exceso de mortalidad se determina comparando las muertes en un año concreto con las que se habrían esperado en función de los datos de años anteriores.