
En una rueda de prensa organizada por el instituto de investigación Chatham House en Londres, Peter Daszak estimó que la investigación científica colectiva podría determinar cómo los animales que tenían el COVID-19 infectaron a las primeras personas identificadas en Wuhan en diciembre del año pasado.
“Hubo un conducto desde Wuhan hasta las provincias del sur de China, donde los virus más cercanos (al coronavirus) se hallan en los murciélagos”, comentó Daszak, presidente del grupo EcoHealth Alliance, con sede en Nueva York. Dijo que el comercio de vida silvestre quizás era la explicación más probable de cómo es que el COVID-19 llegó a Wuhan, donde se detectaron los primeros casos en humanos.
Esa hipótesis, señaló Daszak, es “una de las más respaldadas por la OMS y el lado chino”. Daszak y sus coautores tienen previsto publicar un reporte la próxima semana sobre las conclusiones preliminares de su reciente misión a Wuhan.
“Estoy convencido de que lo vamos a saber muy pronto, dentro de los próximos años”, dijo Daszak en referencia al origen del brote. “Podemos tener datos realmente significativos sobre la procedencia de esto y cómo surgió”.
Generalmente, toma muchos años identificar el reservorio animal de los brotes. Aunque el ébola contagió a los humanos en 1976 y se cree que la enfermedad se origina en los murciélagos, nunca se ha identificado el virus vivo en ellos.

Durante meses, una gran incógnita en el conflicto de Tigray era el destino de los cientos de miles de habitantes de extensas zonas rurales lejos del alcance la ayuda exterior. La región quedó prácticamente aislada del mundo en noviembre, y los temores por la violencia y el hambre han ido en aumento.
Ahora esas personas empiezan a llegar, muchos a pie, a la población de Shire, según trabajadores humanitarios en el lugar y otros que lo han visitado. The Associated Press recibió autorización para utilizar fotografías, en su mayoría del Comité Internacional de Rescate, que muestran las penosas condiciones que sufren estas personas desplazadas. Resulta difícil conseguir fotografías de la región, que sufre cortes eléctricos. Miembros de la etnia local dijeron a AP que tener fotos ponía en riesgo su vida en caso de ser descubiertos.
Unas 5.000 personas habían llegado entre el miércoles y el domingo, y se enviaron equipos humanitarios para buscar a personas que aún estaban de camino, dijo a AP Oliver Behn, director general de Médicos Sin Fronteras.
“Llegan en muy malas condiciones... muy agotados, deshidratados, flacos”, dijo Behn tras una visita. “Se está convirtiendo en una situación desesperada muy, muy deprisa”.
La gente que llega da una idea sobre las privaciones que castigan a Tigray. Algunos cooperantes dijeron haber sobrevivido comiendo hojas o las semillas que habían reservado para sembrar, según cooperantes, lo que auguraba que la hambruna iría a más.

“Un año de pandemia duro”, declaró el mandatario tras recibir la inyección de Pfizer-BioNTech en una escuela pública de la capital en el marco de la segunda semana de inmunización a las personas mayores de 60 años.
El país, de 4,3 millones de habitantes, informó su primera infección en una mujer de 40 años procedente de España el 9 de marzo de 2020, aunque un importante instituto de investigación científica panameño sugiere que la enfermedad habría llegado en febrero.
Panamá es el país de América Central que más contagios ha reportado desde entonces, con 345.759 y 5.944 defunciones hasta el martes. En número de decesos es apenas superado por Guatemala en la zona.
En las últimas semanas ha visto un descenso en el número de contagios y muertes llevando a una estabilización o “meseta” de las infecciones, dijo el martes el jefe nacional de epidemiología, Leonardo Labrador. El país también levantó cuarentenas los fines de semana en las provincias más castigadas por el virus, entre ellas Panamá y la capital del país.
Ni la mujer de Michigan que se despertó una mañana con su esposa fallecida al lado. Ni la trabajadora doméstica en Mozambique cuyo sustento quedó amenazado por el virus. Ni la estudiante de secundaria exiliada de su clase en un abrir y cerrar de ojos.
Ocurrió hace un año. “Yo esperaba volver después de esa semana”, dijo Darelyn Maldonado, de 12 años. “No pensé que tomaría años”.
El 11 de marzo de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia, pocos podían prever el largo camino por delante ni las muchas formas en las que sufrirían: la muerte y agonía de millones de personas, economías en ruinas, vidas paralizadas y una soledad y un aislamiento casi universales.
Un año después, algunos sueñan con el regreso a la normalidad gracias a unas vacunas que parecieron materializarse como por arte de magia. Otros viven en lugares donde la magia parece estar reservada para mundos más ricos.
Al mismo tiempo, la gente está echando la vista atrás a dónde estaban cuando entendieron por primera vez el cambio drástico que daría su vida.
El 11 de marzo de 2020, los casos confirmados de COVID-19 sumaban 125.000 y las muertes reportadas superaban por poco las 5.000. Hoy, 117 millones de personas se han infectado en todo el mundo y, según la Universidad Johns Hopkins, más de 2,6 millones han fallecido.

En Buenos Aires varios miles de mujeres rodearon el Congreso y reclamaron “basta de femicidos”, uno de los pocos delitos que no disminuyó durante la pandemia de coronavirus.
Sobre figuras humanas de cartón pintadas de negro y sostenidas por las activistas, de un lado había fotos de mujeres asesinadas el último año y del otro el mensaje: “estamos nosotras porque ella nos falta”.
“Libres, vivas y sin miedo”, se leía en otro cartel sostenido por una adolescente.
Si bien el país sudamericano ha mostrado notables avances en los últimos años en la agenda de género, como la legalización del aborto y la reglamentación de un cupo laboral en la administración pública para personas trans, la violencia contras las mujeres no cesa.
En los primeros dos meses del año se perpetraron 50 feminicidios y un transfeminicidio a pesar de las medidas de distanciamiento que rigen en Argentina a causa de la pandemia, señaló un informe del Observatorio de Femicidios de la Casa del Encuentro.
En movilizaciones similares en otros centros urbanos del país, el foco de los reclamos estaba puesto en una reforma de la justicia con perspectiva de género. “Basta de justicia patriarcal”, proclamó Ni una menos, el colectivo de distintas organizaciones feministas que desde 2015 protagonizan multitudinarias protestas callejeras.