
El barrio multicultural de clase obrera de Seine-Saint-Denis, al norte de París, al principio tuvo problemas para hacer correr la voz sobre las vacunas entre una población con muchos inmigrantes que no hablan francés ni tienen acceso a una atención médica sostenida.
Pero ofrecer la vacuna en sitios muy visibles y de fácil acceso parece estar cambiando las cosas.
Manuela Buval, de 53 años, esperaba el viernes que su hijo adolescente se vacunase en un parque público de Le Bourget.
“Todos en el barrio vienen al parque. Ya sea cuando van a trabajar o para jugar con sus hijos”, comentó la mujer.
De no tener a mano la clínica temporal de la Cruz Roja, Mona Muhammad, de 24 años, hubiera debido dejar a sus hijos en la casa de su hermana, del otro lado de París, para ir a un gran centro de vacunaciones que hay en las afueras de la ciudad.
“Por suerte puedo vacunarme aquí, en el centro de la ciudad, mientras mis hijos juegan en el parque”, expresó.

El comisionado de política exterior de la UE, Josep Borrell, dijo que “no puede haber pagos de ayuda para el desarrollo hasta que aclaremos la situación” con los jefes del Talibán.
En declaraciones después de una reunión de cancilleres de la UE, Borrell dijo que el Talibán debe acatar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y los derechos humanos para acceder a los fondos.
Borrell dijo que la “ayuda humanitaria continuará y tal vez la aumentemos”, dada la cantidad de personas desplazadas, la sequía persistente y el impacto del coronavirus.
El bloque ha prometido 1.200 millones de euros (1.400 millones de dólares) en ayuda para el desarrollo de Afganistán en el período 2021-2024.
Otro tema de discusión eran las consecuencias de la toma del poder por el Talibán para la seguridad y la posibilidad de que un régimen islamista intransigente provoque un éxodo masivo desde el país asiático.

Las declaraciones de Enamullah Samangani, miembro de la comisión cultural de los talibanes, son las primeras sobre gobernanza a nivel federal tras su ofensiva relámpago sobre el país.
Aunque no hubo reportes destacados de abusos o combates en Kabul, muchos residentes se han quedado en sus casas y siguen atemorizados luego de que la toma de poder de los insurgentes vació cárceles y armerías. Las generaciones más mayores recuerdan las ultraconservadoras ideas islamistas — incluyendo lapidaciones, amputaciones y ejecuciones públicas — de su anterior mandato, antes de la invasión liderada por Estados Unidos después del 11-S.
“El Emirato Islámico no quiere que las mujeres sean víctimas”, afirmó Samangani, utilizando la denominación insurgente para Afganistán. “Deben estar en la estructura del gobierno de acuerdo con la sharia”.
“La estructura del gobierno no está todavía clara, pero en base a la experiencia, debería haber un liderazgo totalmente islámico y todas las partes deberían sumarse”, agregó.
Samangani, que fue parco en otros detalles, dio a entender que la gente ya conoce las reglas de la ley islámica que los talibanes esperan que se siga.

Tras la caída de la noche, las intensas lluvias y los fuertes vientos azotaron el suroeste del país, la zona más afectada por el sismo del sábado, y las autoridades advirtieron que las precipitaciones podrían arrojar hasta 38 centímetros (15 pulgadas) de agua sobre algunas zonas antes de que la tormenta siguiese su rumbo. La capital, Puerto Príncipe, también registró fuertes lluvias.
Grace llegó al país el mismo día en que la Agencia de Protección Civil elevó la cifra de fallecidos por el sismo a 1.419 personas y la de heridos a 6.000, muchos de los cuales han estado esperando a recibir ayuda médica tendidos al aire libre con un calor asfixiante.
Las lluvias y los vientos de Grace elevaron la amenaza de deslaves e inundaciones repentinas durante su lento avance sobre la península de Tiburón, en el suroeste de Haití, durante la noche, antes de encaminarse hacia Jamaica y el sureste de Cuba el martes.
El terremoto que estuvo a punto de arrasar algunas localidades del suroeste es el último desastre que sufre la nación más pobre del hemisferio occidental. Los haitianos ya enfrentan la pandemia del coronavirus, el incremento de la violencia de las pandillas, el aumento de la tasa de pobreza y el asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, el pasado 7 de julio.

Combatientes talibanes fuertemente armados se desplegaron por toda la capital, y varios de ellos ingresaron al abandonado palacio presidencial de Kabul. Suhail Shahin, portavoz y negociador del Talibán, dijo a The Associated Press que los rebeldes sostendrán conversaciones en los próximos días con el objetivo de formar un “gobierno islámico abierto e incluyente”.
Horas antes, un representante del Talibán había dicho que el grupo anunciaría desde el palacio la restauración del Emirato Islámico de Afganistán, el nombre formal del país cuando era gobernado por los talibanes hasta que fuerzas estadounidenses los expulsaron tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, orquestados por Al Qaeda bajo el amparo del Talibán. Sin embargo, esos planes parecían haber quedado en suspenso.
La ciudad era presa del pánico. Helicópteros sobrevolaron todo el día para desalojar al personal de la embajada estadounidense. Había humo en las cercanías de la misión diplomática porque personal destruía documentos importantes, y la bandera estadounidense fue arriada. Otras misiones diplomáticas occidentales también se disponían a retirar a su personal.
Los civiles, que temen que los talibanes vuelvan a imponer el tipo de gobierno brutal que prácticamente eliminó los derechos de las mujeres, también se apresuraron a abandonar el país, haciendo fila frente a los cajeros automáticos para retirar los ahorros de toda su vida. Los más pobres, que dejaron sus hogares en el campo pensando que en la capital estarían más seguros, permanecían en parques y espacios abiertos por todo Kabul.
Aunque el Talibán prometió una transición pacífica, la embajada estadounidense suspendió sus actividades y por la tarde recomendó a los estadounidenses que se mantengan en donde estén y no intenten llegar al aeropuerto.