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Raimondo, de 49 años y excapitalista de riesgo, se encuentra en su segundo período como gobernadora, y previamente fue tesorera del estado. Su nombre había sido mencionado como posible secretaria de Salud de Biden, aunque ella dijo el mes pasado que permanecería en Rhode Island y seguiría enfocándose en controlar la pandemia de coronavirus.
Biden anunció el jueves por la noche que había elegido a Raimondo después de que la noticia se filtró a la prensa. Su próxima nominación requerirá la aprobación del Senado.
El presidente electo también anunció que había elegido al alcalde de Boston Marty Walsh para que encabece al Departamento del Trabajo, y a Isabel Guzman, funcionaria de California, con el fin de que se haga cargo de la Administración de la Pequeña Empresa.
Guzman dirige actualmente la Oficina del Defensor de las Pequeñas Empresas de California y ha participado en la recuperación económica del estado ante la pandemia de COVID-19. Previamente fue asesora y subjefa de personal en la Administración de la Pequeña Empresa y ella misma tiene una pequeña compañía.
Biden elogió a los nuevos integrantes de su equipo económico, diciendo que trabajarán “incansablemente” para darle a cada estadounidense una “remuneración justa por su trabajo y una oportunidad equitativa para salir adelante”.
Raimondo es graduada de Harvard y de la Escuela de Derecho de Yale y recibió una beca Rhodes.
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El agente Brian D. Sicknick resultó herido “mientras se enfrentaba físicamente a los manifestantes” durante los disturbios del miércoles, explicó la policía del Capitolio en un comunicado. Es la quinta víctima mortal del asedio.
Los disturbios que han conmocionado al país y al mundo forzaron la renuncia de tres altos funcionarios de seguridad del Capitolio por no haber podido frenar el asalto. Los incidentes llevaron a los legisladores a exigir una revisión de las operaciones y una sesión informativa del FBI acerca de lo que calificaron de“ataque terrorista”. Y está generando una reflexión más amplia sobre el mandato de Trump y el futuro de una nación dividida.
Trump alentó a los asistentes a un mitín en las inmediaciones de la Casa Blanca antes del miércoles a dirigirse al Capitolio, donde los legisladores debían confirmar la victoria del presidente electo, Joe Biden. La turba superó rápidamente las barreras policiales, rompió vidrios y se paseó por los pasillos del complejo, obligando a los legisladores a esconderse en un lugar seguro.
Una de las participantes, una mujer blanca, murió por un disparo de la policía del Capitolio, y hubo docenas de detenidos. Otras tres personas murieron por “emergencias médicas” relacionadas con el asalto.

Las personas a las que buscaba -legisladores, empleados y otros- estaban escondidas bajo sus mesas, encerradas en espacios seguros, rezando y viendo desde un violento primer plano las consecuencias de las divisiones en el país.
Había armas desenfundadas. Una mujer murió baleada por la policía y otros tres murieron en aparentes emergencias médicas. Una bandera de Trump ondeó en el Capitolio. La solemne sala de la Rotonda hedía a gas lacrimógeno. En el suelo quedaron cristales rotos.
Los espacios más venerados de la democracia estadounidense fueron cayendo uno tras otro ante la ocupación del Congreso.
La turba partidaria de Trump tomó el escaño del presidente del Senado, las oficinas de la presidenta de la Cámara de Representantes y el atril de orador del Senado, donde un hombre exclamó, “Trump ganó esas elecciones”.
Los intrusos se burlaron de los líderes del Congreso, posaron para fotos en la oficina de la presidenta de la cámara baja, Nancy Pelosi, uno de ellos con los pies sobre el escritorio; otro se tomó fotos en el mismo asiento que había ocupado poco antes el vicepresidente del país, Mike Pence, durante el proceso para certificar los votos del Colegio Electoral. El trámite de certificación terminó celebrándose, pero no hasta pasada la medianoche.

Trump así lo afirmó tras una jornada de caos y destrucción en el Capitolio cuando una turba de seguidores suyos tomó por asalto la sede del Congreso y provocó escenas inéditas de conmoción al tratar de impedir la transición pacífica del poder. Legisladores tuvieron que ocultarse, se saquearon oficinas y el recuento formal de votos en el Congreso se detuvo durante más de seis horas.
“Aunque disiento totalmente con el resultado de la elección, y los hechos confirman lo que digo, no obstante habrá una transición en orden el 20 de enero”, dijo Trump en un comunicado publicado en Twitter por su director de redes sociales. Su propia cuenta fue bloqueada por Twitter debido a mensajes que parecían justificar el asalto a la sede de la democracia de la nación.
Trump añadió que “si bien esto representa el final del primer período más extraordinario de la historia de la presidencia, ¡es apenas el inicio de nuestra lucha para Devolver la Grandeza a Estados Unidos!”
Éste fue el primer reconocimiento formal por Trump de su derrota, luego de dos meses de lanzar acusaciones infundadas de fraude electoral generalizado y a pesar de que su propio procurador general, las cortes federales y los gobiernos estatales aseguraron reiteradamente que se trató de una elección libre e imparcial.
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Warnock, un pastor que pasó los 15 últimos años dirigiendo la iglesia de Atlanta donde predicaba Martin Luther King Jr., derrotó a la senadora republicana Kelly Loeffler. Su elección es una dura reprimenda para Donald Trump, quien hizo uno de sus últimos viajes como presidente a Georgia para movilizar a su base de votantes en favor de Loeffler y del candidato republicano al otro escaño en juego, David Perdue.
El foco se pone ahora sobre la segunda carrera, entre Perdue y el demócrata Jon Ossoff, para la que todavía no había resultado debido a que el conteo de los votos seguía. Si Ossoff gana, los demócratas tendrán el control total del Congreso, afianzando la posición del presidente electo, Joe Biden, a unos días de su toma de posesión el 20 de enero.
La victoria de Warnock es un símbolo del sorprendente cambio de tendencia política en Georgia a medida que un creciente número de votantes diversos y con educación superior ejerce su poder en el corazón del sur del país. Supone además el final de casi dos décadas en las que los demócratas han quedado fuera de cargos estatales y sigue al triunfo de Biden en noviembre, cuando se convirtió en el primer candidato presidencial demócrata en ganar en el estado desde 1992.