
Se prevé que el proyecto de ley sea presentado luego de que Biden preste juramento el miércoles, de acuerdo con una persona familiarizada con la medida y quien pidió hablar bajo condición de anonimato para hablar de ella.
La iniciativa coloca a Biden en camino para cumplir con una promesa clave de campaña que para es importante para los votantes latinos y de otras comunidades de inmigrantes, tras cuatro años de las políticas restrictivas y las deportaciones en masa del gobierno de Trump.
La propuesta contempla una de las vías más rápidas para obtener la ciudadanía estadounidense para quienes viven en el país sin ningún tipo de estatus legal en los últimos años, pero no incluye el tradicional compromiso de una mayor seguridad fronteriza favorecida por muchos republicanos, lo que pone en duda que vaya a ser aprobada en el Congreso.
Como candidato, Biden dijo que las acciones de Trump sobre la inmigración eran un “ataque implacable” contra los valores estadounidenses y afirmó que “desharía el daño” al tiempo que mantendría la frontera bien vigilada.
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La gigantesca labor releja las extraordinarias preocupaciones de seguridad que agobian a Washington después de la cruenta insurrección que agitadores pro-Trump escenificaron el 6 de enero en el Capitolio federal. Y deja entrever los temores de que algunos de los mismos elementos asignados a proteger la ciudad en los próximos días pudieran presentar una amenaza para el próximo presidente y demás personalidades que asistan a la ceremonia.
El secretario del Ejército, Ryan McCarthy, dijo el domingo a The Associated Press que las autoridades están conscientes de la posible amenaza y advirtió a los comandantes que estén alertas ante cualquier problema al interior de sus filas a medida que se acerca el cambio de poder. Sin embargo, a la fecha él y otros altos funcionarios aseguran que no han visto asomo de amenaza alguna, y las autoridades señalaron que en la investigación tampoco ha aflorado alguna situación irregular.
”Continuamente estamos revisando el proceso, y echando un segundo y tercer vistazo a cada uno de los individuos asignados a este operativo”, indicó McCarthy en una entrevista después de que él y otros líderes militares realizaron un ejercicio exhaustivo de seguridad de tres horas en preparación para la asunción presidencial del miércoles. Dijo que a los miembros de la Guardia también se les está entrenando para identificar posibles amenazas internas.
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Corey Johnson, de 52 años, fue el 12mo reo que muere en el complejo penitenciario federal en Terre Haute, Indiana, desde que el gobierno de Donald Trump reinició las ejecuciones federales tras un parón de 17 años.
Fue declarado muerto a las 23:34 horas.
La ejecución de Johnson y la de Dustin Higgs, prevista para el viernes, son las últimas antes de la juramentación la próxima semana del presidente electo, Joe Biden, quien se opone a la pena capital federal y ha indicado que acabará con su uso. Los dos reclusos contrajeron el coronavirus, lo que les valió una suspensión temporal de su ejecución esta semana, antes de que los tribunales superiores permitieron que el proceso siguiese adelante.
Los abogados habían alegado que las inyecciones letales de pentobarbital causan un repentino edema pulmonar, donde el líquido llena rápidamente los pulmones provocando una sensación similar a la del ahogamiento. El nuevo argumento era que el líquido llegaría a los pulmones del preso, dañados por el COVID-19, de inmediato, mientras estaba aún consciente.
Johnson estuvo implicado en uno de los peores episodios de violencia de pandillas nunca vistos en Richmond, con 11 muertos en 45 días. Él y otros dos miembros de la banda Newtowne fueron sentenciados a muerte por la ley federal contra narcotraficantes a gran escala.
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El informe del inspector general del Departamento de Justicia dice que dichos funcionarios no hicieron preparativos para implementar la política ni para manejar las secuelas, lo que resultó en la separación de más de 3.000 familias y provocó daño emocional duradero a los niños que fueron separados de sus padres en la frontera. La política fue tachada como cruel por mandatarios de otros países, grupos religiosos y legisladores estadounidenses.
El entonces secretario de Justicia, Jeff Sessions, junto con otros funcionarios del gobierno de Trump, estaban empeñados en frenar la inmigración. La política de “tolerancia cero” fue una de varias que se adoptaron con el fin de desalentar la llegada de migrantes a la frontera sur. El gobierno de Trump también redujo considerablemente el número de refugiados permitidos en Estados Unidos y suspendió el asilo en la frontera mediante una combinación de decretos ejecutivos y cambios reglamentarios.

Durante más de cuatro años, Trump ha dominado el discurso nacional como ningún otro presidente antes que él. Sin embargo, cuando su legado quedó grabado en piedra el miércoles, se mantuvo sorpresivamente al margen.
La situación de Trump no tiene comparación al ser el único presidente en ser acusado dos veces de un delito o falta grave, un nuevo final para un periodo presidencial definido por aumentar la división en el país, sus fracasos durante la peor pandemia en un siglo y su rechazo a aceptar la derrota en las urnas.
Trump se mantuvo alejado de la vista pública en una Casa Blanca prácticamente vacía mientras los procedimiento para un juicio político se llevaban a cabo en un Capitolio fuertemente resguardado. Ahí, el daño de los disturbios de la semana pasada ofreció un visible recordatorio de la insurrección que se acusa al presidente de haber incitado.
Abandonado por algunos miembros de su propio partido, Trump no pudo más que ver por televisión cómo se desarrollaba la historia. La suspensión de su cuenta de Twitter le privó a Trump de su medio más potente para mantener a los republicanos alineados, creando una sensación de que Trump ha perdido los colmillos y, por primera vez, el control de su partido adoptivo.