
“Quien sea elegido no me va a ayudar a curar a mi mamá”, dijo el zapatero de 43 años que durmió tres días en la calle de un barrio de Lima junto a su tanque vacío y en medio de una fila de casi 80 personas que como él deben llevar el oxígeno para mantener con vida a sus enfermos.
Según varios sondeos y a un mes de los comicios para elegir presidente y 130 legisladores, el desinterés es el más elevado en los últimos 40 años. El primero de 19 candidatos apenas supera los dos dígitos de aceptación y casi un tercio de peruanos no tiene preferencia por ningún postulante.
“No quiero ni votar, pero me amenazan con multa”, dijo limpiándose la cara Gladys Valverde, vendedora de helados, mientras observaba en su barriada la caravana de camionetas que levantaban polvo y transportaban a César Acuña, un millonario candidato que postula por segunda vez.
Los expertos creen que el desinterés se debe a la combinación de la pésima reputación de los políticos en Perú y a los efectos de la pandemia que han devastado el ánimo y la economía de los votantes. Los peruanos son los que más creen en Latinoamérica que sus políticos están involucrados en corrupción, según el Barómetro de las Américas 2019 de la Universidad de Vandervilt.
No faltan motivos. Los expresidentes de los últimos 36 años, vivos o muertos, tienen sospechas de corrupción.

Para los doctores que los atienden, el impacto de la pandemia en la salud mental de los menores es cada vez más alarmante. Desde septiembre, el hospital pediátrico de París donde está Pablo ha duplicado el número de niños y adolescentes en tratamiento por intentos de suicidio.
En otras partes del mundo, los médicos reportan problemas similares, con niños, algunos de solo 8 años, lanzándose de forma deliberada al tráfico, tomando una sobredosis de pastillas o autolesionándose de otra forma. En Japón, los suicidios en esta franja de edad alcanzaron niveles récord en 2020, según el Ministerio de Educación.
Los psiquiatras pediátricos dicen que también han visto a niños con fobias, tics y desordenes alimenticios relacionados con el coronavirus, obsesionados con las infecciones, frotándose unas manos ya en carne viva, cubriéndose el cuerpo con gel desinfectante y aterrorizados por enfermar con la comida.
También es cada vez más común, según los doctores, que los menores sufran ataques de pánico, taquicardias y otros síntomas de angustia mental, además de adicciones crónicas a los dispositivos móviles y pantallas que se han convertido en sus cuidadoras, maestras y animadores durante los confinamientos, los toques de queda y los cierres de las escuelas.

Durante meses, una gran incógnita en el conflicto de Tigray era el destino de los cientos de miles de habitantes de extensas zonas rurales lejos del alcance la ayuda exterior. La región quedó prácticamente aislada del mundo en noviembre, y los temores por la violencia y el hambre han ido en aumento.
Ahora esas personas empiezan a llegar, muchos a pie, a la población de Shire, según trabajadores humanitarios en el lugar y otros que lo han visitado. The Associated Press recibió autorización para utilizar fotografías, en su mayoría del Comité Internacional de Rescate, que muestran las penosas condiciones que sufren estas personas desplazadas. Resulta difícil conseguir fotografías de la región, que sufre cortes eléctricos. Miembros de la etnia local dijeron a AP que tener fotos ponía en riesgo su vida en caso de ser descubiertos.
Unas 5.000 personas habían llegado entre el miércoles y el domingo, y se enviaron equipos humanitarios para buscar a personas que aún estaban de camino, dijo a AP Oliver Behn, director general de Médicos Sin Fronteras.
“Llegan en muy malas condiciones... muy agotados, deshidratados, flacos”, dijo Behn tras una visita. “Se está convirtiendo en una situación desesperada muy, muy deprisa”.
La gente que llega da una idea sobre las privaciones que castigan a Tigray. Algunos cooperantes dijeron haber sobrevivido comiendo hojas o las semillas que habían reservado para sembrar, según cooperantes, lo que auguraba que la hambruna iría a más.

En una rueda de prensa organizada por el instituto de investigación Chatham House en Londres, Peter Daszak estimó que la investigación científica colectiva podría determinar cómo los animales que tenían el COVID-19 infectaron a las primeras personas identificadas en Wuhan en diciembre del año pasado.
“Hubo un conducto desde Wuhan hasta las provincias del sur de China, donde los virus más cercanos (al coronavirus) se hallan en los murciélagos”, comentó Daszak, presidente del grupo EcoHealth Alliance, con sede en Nueva York. Dijo que el comercio de vida silvestre quizás era la explicación más probable de cómo es que el COVID-19 llegó a Wuhan, donde se detectaron los primeros casos en humanos.
Esa hipótesis, señaló Daszak, es “una de las más respaldadas por la OMS y el lado chino”. Daszak y sus coautores tienen previsto publicar un reporte la próxima semana sobre las conclusiones preliminares de su reciente misión a Wuhan.
“Estoy convencido de que lo vamos a saber muy pronto, dentro de los próximos años”, dijo Daszak en referencia al origen del brote. “Podemos tener datos realmente significativos sobre la procedencia de esto y cómo surgió”.
Generalmente, toma muchos años identificar el reservorio animal de los brotes. Aunque el ébola contagió a los humanos en 1976 y se cree que la enfermedad se origina en los murciélagos, nunca se ha identificado el virus vivo en ellos.
Ni la mujer de Michigan que se despertó una mañana con su esposa fallecida al lado. Ni la trabajadora doméstica en Mozambique cuyo sustento quedó amenazado por el virus. Ni la estudiante de secundaria exiliada de su clase en un abrir y cerrar de ojos.
Ocurrió hace un año. “Yo esperaba volver después de esa semana”, dijo Darelyn Maldonado, de 12 años. “No pensé que tomaría años”.
El 11 de marzo de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia, pocos podían prever el largo camino por delante ni las muchas formas en las que sufrirían: la muerte y agonía de millones de personas, economías en ruinas, vidas paralizadas y una soledad y un aislamiento casi universales.
Un año después, algunos sueñan con el regreso a la normalidad gracias a unas vacunas que parecieron materializarse como por arte de magia. Otros viven en lugares donde la magia parece estar reservada para mundos más ricos.
Al mismo tiempo, la gente está echando la vista atrás a dónde estaban cuando entendieron por primera vez el cambio drástico que daría su vida.
El 11 de marzo de 2020, los casos confirmados de COVID-19 sumaban 125.000 y las muertes reportadas superaban por poco las 5.000. Hoy, 117 millones de personas se han infectado en todo el mundo y, según la Universidad Johns Hopkins, más de 2,6 millones han fallecido.