
La mascarilla, una importante fuente de debate, confusión e ira en todo el mundo durante la pandemia del coronavirus, divide a la población a medida que la crisis se suaviza.
Gran Bretaña se está preparando para la acritud el lunes, cuando el gobierno ponga fin a la obligación legal de usar tapabocas en la mayoría de los espacios cerrados, incluyendo tiendas, trenes, autobuses y metro. El uso del barbijo en muchos lugares dejará de ser una orden para convertirse en un pedido.
Pero la gente está ya dividida.
“Me alegro”, dijo Hatice Kucuk, propietaria de un café en Londres. “No creo que ayuden mucho realmente”.
La cineasta Lucy Heath, por su parte, señaló que preferiría que siguiesen siendo obligatorias en el metro y en los supermercados.
“Creo que las personas vulnerables sentirán que no quieren salir”, afirmó.
El final de muchas de las restricciones impuestas para frenar la pandemia la próxima semana — en una jornada bautizada en su día por los diarios británicos como el “día de la libertad” — se produce mientras el país enfrenta un incremento de los contagios y los decesos por el virus, a pesar de la campaña de inmunización que ha hecho que dos tercios de la población adulta hayan recibido ya las dos dosis de la vacuna.

La oficina regional del Ministerio de Emergencias dijo que el avión An-28 desapareció en la región de Tomsk en Siberia occidental.
Dijo que en el avión viajaban 14 pasajeros, incluidos tres niños, y tres tripulantes. Se iniciaron tareas de búsqueda con ayuda de helicópteros, dijeron los funcionarios.
El An-28 es un avión a turbohélice diseñado en la época soviética. Realiza vuelos cortos y lo usan pequeñas aerolíneas rusas y de otros países.
El avión desaparecido, de la aerolínea local Sila, volaba de la población de Kedrovoye a la ciudad de Tomsk.
La tripulación del vuelo no había reportado problemas antes de la desaparición del avión, dijeron las autoridades.
Pero se activó la baliza de emergencia del avión, señal de que debió realizar un aterrizaje forzoso o que cayó.
Hace 10 días, otro avión ruso cayó cuando se aprestaba a aterrizar en la península de Kamchatka, en el extremo oriente de Rusia, y murieron las 28 personas a bordo. La investigación de la caída del As-26 está en curso.

Con muchas promesas de vacunas todavía por cumplir y la tasa de contagios despuntando en varias naciones, los expertos dicen que hay que hacer más para ayudar a quienes se ven desbordados por el aumento de los pacientes y la escasez de oxígeno y otros suministros críticos.
Cerca de 1,5 millones de dosis de la vacuna desarrollada por Moderna llegarán el jueves en la tarde a Indonesia, que se ha convertido en un foco importante de la pandemia con un récord de infecciones y fallecidos.
El envío de Estados Unidos se suma a otro de tres millones el domingo, y a los 11,7 millones de dosis de AstraZeneca que se han repartido en varios lotes desde marzo a través del mecanismo COVAX, respaldado por Naciones Unidas, el último de ellos a principios de esta semana.
“Es bastante alentador”, dijo Sowmya Kadandale, jefe de salud para Indonesia de UNICEF, que está a cargo de la distribución de los fármacos enviados por el COVAX. “Parece que ahora hay, no solo en Indonesia, una carrera entre las vacunas y las variantes, y espero que ganemos esa carrera”.
Muchos, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, han criticado la desigualdad en el reparto de vacunas en el mundo, señalando que en muchas naciones ricas más de la mitad de la población tiene al menos una dosis, mientras que la gran mayoría de quienes viven en otras con ingresos más bajos siguen esperando la primera inyección.

Todavía con algunas secuelas físicas y un año después de asistir a los entierros de su madre, su hermana y su tía, Almirón se sintió más preparada para regresar al cementerio de las afueras de Buenos Aires donde descansan sus restos. El martes honró con unas flores a las tres mujeres, quienes están entre las más de 100.000 víctimas que el nuevo coronavirus ha causado en Argentina desde que impactó en marzo de 2020.
“Falleció primero mi mamá, a los dos días mi hermana y a los tres días mi tía. Fue terrible ir al cementerio con mi hermano tres veces en una semana. Ir nosotros dos solitos a enterrar a nuestra familia”, dijo entre sollozos Almirón, de 38 años y supervisora de Enfermería en el Hospital Interzonal General de Agudos Luisa Cravena de Gandulfo durante una entrevista con The Associated Press realizada en ese nosocomio situado en la localidad de Lomas de Zamora, al sur de Buenos Aires.
Almirón sufrió una neumonía bilateral pero tuvo fuerzas para salir adelante, lo mismo que su padre, quien también estuvo internado en ese hospital durante un mes. No pudieron sobrevivir su madre, Carmen Aguirre, de 68 años y aquejada de una patología neurológica; su hermana Laura, de 41 y con síndrome de Down, y su tía María Almirón, de 86. Un mes después de esas pérdidas el virus también se llevó a la tumba a un cuñado.
Almirón y muchos otros argentinos observan con desazón cómo su país suma 100.250 fallecidos y se sitúa entre los 13 primeros en el mundo con más decesos por cada 100.000 habitantes y el cuarto de América (221,72) después de Perú (598,23), Brasil (253,89) y Colombia (225,14), según los últimos datos de la Universidad Johns Hopkins.